Page 5 - Ramblas
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Nuestra civilización empieza en los márgenes del mayor desierto del mundo, sin embargo se
habla poco de la preservación de las zonas desérticas. El valor de las calidades visuales, estéti-
cas, ambientales o educativas de los paisajes secos no es comprendida por una gran parte de la
sociedad, ni siquiera por la mayoría de los habitantes y usuarios de estas tierras áridas que mani-
fiestan una marcada preferencia o relaciones afectivas por la vegetación frondosa y los paisajes
húmedos y verdes. Resulta paradójico el rechazo de los paisajes secos porque, aunque es cierto
que el patrimonio natural de las zonas áridas suele ser menos evidente que el de otros sistemas,
es igualmente valioso y su conservación igualmente necesaria.
El agua, tan escasa en los ámbitos áridos y semiáridos ha sido el cincel que a lo largo del tiempo
ha ido labrando estos paisajes, todo un conjunto de estructuras, de formas de meteorización,
erosión y sedimentación, de diversa envergadura, espectacularidad, perfección e interés. Muchas
de las formaciones geomorfológicas labradas por el agua en las zonas áridas tienen un alto valor
científico, además de poseer una gran belleza y significación.
El conjunto de fotografías realizadas por Pablo Portillo que se presentan en esta exposición
responden a la necesidad de descifrar el lenguaje secreto de una naturaleza modelada y pintada
por el lento y escondido quehacer del agua en las cuencas áridas del sudeste de la península
ibérica. Con su trabajo llama la atención sobre la diversidad de estos espacios, el interés y la alta
productividad biológica que genera el agua en algunos puntos en los que funciona, mediante cursos
y ramblas, como verdaderos corredores ecológicos que conectan distintos entornos naturales. Pero
sobre todo, esta exposición pone en evidencia el elevado contraste paisajístico de estos territorios,
paisajes en los que predomina la belleza escultórica y la diversidad textural y cromática que genera
la acción del agua sobre la tierra seca.
Estas fotografías delatan la sutil belleza de la aridez donde se concentran la soledad, el vacío
homogéneo e indefinido, el silencio, la desnudez. Una aridez que agudiza los sentidos y favorece
el diálogo con uno mismo. Como reconocía Saint-Exupéry, la vida interior se hace más intensa en
estos parajes en los que reconocemos nuestros propios límites dentro del planeta errante que
habitamos.
Carmen Andreu Lara
Profesora Titular de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Sevilla
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